MÁS ALLÁ DE LA SELVA DE IRATI: NAVARRA EN SEIS BOSQUES ÚNICOS

El otoño despierta de forma asombrosa a estos hayedos, castañares y otras masas forestales absolutamente arrebatadoras.

Si el rey de los hayedos-abetales europeos es la Selva Negra, la reina es, sin duda, la Selva de Iratiuno de los mejor conservados y el segundo en extensión del continente. Es el más conocido de los bosques navarros y resulta imposible no nombrarlo. Pero el Viejo Reyno no agota en él la superficie y riqueza de su arbolado. Y como muestra, seis propuestas para disfrutar bajo la protección de basajaun y basandere, el señor y la señora del bosque en la mitología vasca.

KINTOA O QUINTO REAL

Bosque de bosques, Kintoa es uno de los secretos mejor guardados de Navarra. Secreto a voces, ya que su gran extensión no permite esconderlo. Pero la cercanía con la Selva de Irati hace que permanezca a su sombra aunque nada tenga que envidiarle. Conocido también como Quinto Real, Monte Alduide o Aldudeko Mendia, es una gran manta vegetal que se hace fuerte en los valles de Erro y Baztán, aunque por la parte oriental se explaya hasta Luzaide-Valcarlos. Las hayas son las protagonistas absolutas, que se yerguen esbeltas y elegantes como en una gran asamblea élfica, dispuestas en ágoras naturales de cumbres y hondonadas.

Es difícil describir su belleza, que cambia con cada estación. En invierno nos muestra su intimidad recatada, que se torna pizpireta y lozana en primavera. En verano se lanza a la lujuria de un esplendor brillante cuando los verdes compiten con el juego fascinante de fulgores y tinieblas. Y el otoño… ¡ah el otoño!: hay que ir, abandonarse y vivirlo. Pero siempre, sea cual sea el momento, nos va a sorprender con un aura de misterio numinoso en los ecos telúricos de nuestra imaginación. Su corazón palpita en torno a los montes Adi e Iturrumburu, en cuyas faldas se halla el precioso hayedo de Odia, acompañado un poco más al sur, del no menos encantador hayedo de Sorogain. Y en lo más profundo de su insondable fronda, la fábrica de armas de Eugi, cuyas ruinas perennes surgen entre las sombras como fantasmas.

SEÑORÍO DE BERTIZ

Tras 11 km de caminata en la que hemos salvado casi 700 m de desnivel en una subida constante pero moderada, alcanzamos la cumbre del Aizkolegi. Junto al chalé modernista que la corona, miramos hacia el sur para observar el camino recorrido. No vemos la pista, oculta entre los árboles, pero la panorámica que contemplamos es tan magnífica que parece nos hubiéramos juramentado con la belleza.

Si en algún momento el esfuerzo nos hubiera asomado al sufrimiento, quedan inmediatamente olvidados uno y otro. No hay lugar para ellos ante gozo de semejante paisaje. Y repetimos, “si en algún momento”, porque lo cierto es que el bosque que hemos atravesado, con su reguero de formas y tornasoles, nos absorbe de tal manera que más que caminar flotamos envueltos en una frazada de dúctiles esmeraldas. 

El antaño señorío, hoy parque natural, se encuentra en Bertizarana, cerrado en su extremo sur por el Bidasoa junto al pueblo baztanés de Oronoz-Mugairi. Salvo pequeños retazos de pradera, sus más de 2.000 ha están cubiertas por un tupido enjambre vegetal de carácter mixto y querencias atlánticas. La norma es la diversidad, ordenada, eso sí, dependiendo de altitud, humedad e insolación, que dan predominancia a unas y otras especies, formado robledales y hayedos con acompañamiento profuso de castaños, cipreses, olmos… La recompensa es además doble. Porque al inicio o al final de cualquier recorrido que elijamos hacer por el entono natural, envidiablemente conservado, nos espera la casona-palacio de los antiguos señores de Bertiz, rodeada de unos magníficos jardines imbuidos de romanticismo, donde recrearnos con infinidad de especies de plantas traídas de todos los puntos del globo.

BOSQUE DE REALENGO

Entre los antiguos parajes vascones, hay un gran macizo calcáreo que surge de lo más profundo de Amalur, la Madre Tierra, no de su piel ni de su carne, ni siquiera de sus entrañas, sino de su alma. Es Aralar. Con una pequeña parte de su occidente en Gipuzkoa, es en Navarra donde alcanza su plenitud, donde se manifiesta como cofre sagrado que guarda el poder simbólico del pasado hecho naturaleza.

Montañas y simas, extensas praderas y dolinas, cuevas, lapiaces y cortados, arroyos, valles ciegos y sumideros, configuran un extraño relieve donde decenas de monumentos megalíticos se confunden con el entorno. Poblado de dragones, héroes rotos y arcángeles, de seres mágicos y doncellas perdidas, la presencia de Mari, la diosa suprema, se deja sentir entre los tejos que vigilan su cueva en las laderas de Putterri.

En esta ecléctica y sincrética sinfonía, surge, eterno, el bosque. Bosque de espesura tenue y matices que se desdoblan en harmonías mistéricas, que lo mismo escriben relatos de texturas románticas que pintan lienzos impresionistas al estilo de Monet. Bosque de posesión real, cuando navarra tuvo monarcas, y que hoy es patrimonio público. Bosque de hayas, hayas sin lindes complementadas aquí y allá con mostajos, robles, castaños, tilos, abedules, avellanos…

De Lizarrusti a Hirupagoeta, de Irumugarrieta a Ezelzietagaña, el arbolado no puede contenerse. Así, el millar de hectáreas de Bosque de Realengo se desborda y extiende sus tentáculos más allá del santuario de San Miguel, perdiéndose en los confines orientales de la sierra, o descendiendo sus laderas hacia el valle de la Sakana. El conjunto, un espectáculo visual difícil de superar.

Parque Natural de Urbasa-Andía

URBASA

Aralar es difícil de superar, pero no imposible de igualar. Y basta para ello con mirar al sur inmediato, al otro lado del valle, y descubrir el horizonte que recorta en el cielo la sierra de Urbasa. Su altiplanicie, una meseta por encima de los mil metros que se extiende de oeste a este, es barbacana del clima atlántico donde respirar los últimos aires alpinos. A sus pies meridionales se abre ya la Navarra mediterránea. Consecuente con estas condiciones, el haya se adueña sin pudor ni conmiseración del terreno y forma un bosque magnífico, no solo por su extensión, casi 13.000 ha, sino también por su extraordinaria belleza salvaje y mística.

En Urbasa, la inmersión en el bosque es total. Se bucea literalmente entre árboles y hojarasca. Únicamente salimos a la luz en pequeños rasos aislados o cuando la arboleda, convertida en legión, se frena ante a precipicios vertiginosos como el Balcón de Pilatos. Es total y es integral, porque en cada paseo, en cada recorrido, nos atrapa la cultura de la sierra, cultura pastoril y ancestral, recorrida por antiguas creencias y leyendas forjadas por la mitología vasca, al calor de las hogueras de las bordas y de los vientos que susurran bajo las sombras de las ramas.

BOSQUE DE ORGI

En un territorio como la Navarra septentrional, que sigue haciendo honor al nombre con que lo bautizó Plinio el Viejo, Saltus Vasconum o Bosque de los Vascos, hay también lugar para pequeñas manchas boscosas destacadas por su singularidad. Es el caso del Bosque de Orgi, que con sus 80 ha es una joyita engarzada en un collar de biotopos escasos de alto valor ecológico.

En este caso se trata de un robledal de Querqus robur, el venarado haritza de la cultura vascónica, pero con una característica que lo hace especial, medra en espacios húmedos de llanura, reliquia de aquellos que poblaron valles y vegas. Es, además, un bosque maduro en buena parte trasmocho, con árboles que sobrepasan los dos siglos de edad acompañados de ejemplares más jóvenes. Puede verse también el alóctono roble americano, pero, sobre todo, disfruta de un variado sotobosque donde reconoceremos majuelo, rosa silvestre, espino albar, cerezo, makatza o peral bravío… aromatizado en época de floración por el dulzor delicado y suave de la madreselva.

Es muy bello, sobre todo entre primavera y otoño, y en realidad, es casi un bosque de juguete. Pero no nos confundamos, en absoluto es una afirmación peyorativa. Al contrario; es un espacio protegido cuya gestión lo ha convertido en un hábitat visitable con un gran poder divulgativo. Diría más: educativo. Sus recorridos son llanos, sencillos y accesibles, perfectos para gozarlos en familia. Basta con acercarse a Lizaso en el valle de Ultzama.

LEITZALARREA

No hay secreto sobre su ubicación, el mismo nombre lo delata. Estamos en Leitza, donde el bosque ocupa la mitad de todo el término municipal. Leitzalarrea y su masa vegetal se ubica al norte de la localidad, bajo el macizo de Adarra-Mandoegi y rodeada de picos que superan los mil metros como el Urepel, el Aaltzegi y el Eguzkiko Muinoa, y otros que los rozan como el Arramia y el Barrengo Munoa. Es una arboleda mixta de hayedo y robledal, un conjuro prodigioso que, de nuevo, nos pone en contacto con el olor, el sabor y el tacto de la tierra originaria, con la visión de una energía arraigada y los sonidos de un cosmos botánico que late y tiembla.

Es además historia, historia de modos de vida perdidos pero que persisten tozudos en el imaginario colectivo. Son historias de pastores y ferrones, de carboneros y mineros, que se entrecruzan con leyendas sobre tartalo y basajaun, con relatos de amor entre mozos y lamiak en las vívidas corrientes de los ríos Sarrasain y Leitzalarrea. Nuestro caminar nos llevará desde la antigua estación del tren de Plazaola pasando por el merendero de Ixkibar, hasta los tricentenarios especímenes de haya y roble de Aitzumurdi. Llegaremos al cercado de Izaieta, donde se alza un abetal de más de 40 m de altura. En Aritzaundi nos sorprenderá el esqueleto del viejo roble caído en 1888 y en Iruso nos espera un pasado aún más remoto entre dólmenes, menhires y túmulos.

¡Comparte esta publicación!